II
Las revelaciones concernientes a la oración.
Habiéndose reunido los discípulos a la hora de oración, se levantaron y volvieron sus caras hacia el Este. Pero había uno entre ellos que llevaba el peso de la aflicción de su corazón, y empezó a llorar amargamente. Su sentimiento penetró en toda la asamblea, así que permanecieron en pie en un penoso silencio, que pesaba sobre ellos, (...). Pero el Maestro les hizo seña de ocupar los lugares de costumbre alrededor de él. Y al que estaba pesaroso, lo colocó a su lado y le consoló con estas palabras:
Todas las puertas del cielo están cerradas, excepto la Puerta de las Lágrimas. Los que guardan las puertas del cielo las abren para admitir las lágrimas derramadas durante la oración y colocadas delante del Santo Rey, puesto que Elohim participa en las penas del hombre. Los mundos superiores sienten hacia la región de lágrimas el mismo deseo que el macho siente hacia la hembra.
Cuando el Rey se acerca a la Matrona y la halla triste, le concede todo lo que ella desea. Y cuando su tristeza es la reflexión del hombre, Dios se compadece. ¡Feliz es el hombre que llora mientras está orando!
Cada una de las puertas del cielo se abren a la oración: "¡Oh, Señor, abre Tú mis labios y mi boca declarará Tu alabanza!" Es por medio de esta oración como nosotros obtenemos hijos, los medios de existencia y hasta la misma vida.
Entonces el Maestro continuó revelándoles el poder y la actividad de la oración. Y dijo: Hay dos clases de oración: una es pura, y la otra es alta. La primera es la oración del hombre pobre. La segunda es la oración de los justos.
La primera es la del hombre pobre que se entrega completamente a la adoración en oración, que no piensa en cosa alguna de sí mismo, que se abre como un pozo esperando a llenarse con el Arroyo de la Bendición –el Amor de Dios fluyendo abajo, dentro de él–, su oración es pura.
Pero el hombre justo va todavía más lejos. El se vuelve a sí mismo una fuente, un camino que conduce a los otros a buscar el Arroyo de Bendición. Y el que se vuelve portador de este divino contacto se llama El Hijo fiel.
En la oración hay un múltiple motivo: la perfección del individuo, la restauración de los mundos destruidos, la liberación del bueno del yugo del mal, la dominación de la belleza sobre la fealdad, la sujeción de lo bajo y lo degenerado a lo alto y lo noble.
¿Y qué es la oración? Es el momento en que vosotros sentáis a Dios en vosotros mismos, en un rayo inesperado y revelador; cuando vosotros os volvéis súbitamente conscientes de toda la majestad y la sublimidad de la vida gobernante y la Naturaleza: entonces vosotros os halláis postrados delante de la Suprema Grandeza.
Casi inconscientemente, vuestros labios empiezan a pronunciar oraciones a esta Suprema Grandeza. En este momento el hombre siente que él es un esclavo ante un Gran Rey.
Aquel que bendice al Santísimo atrae vida a este mundo, acá abajo, de la Fuente de la Vida. Además, aquel que pronuncia la bendición recibe una parte de ella para sí mismo, y aquel que dice Amén a ella es también bendecido al mismo tiempo.
Y la bendición se extiende por todos los mundos y hasta desciende a las regiones inferiores, donde se anuncia así:
"¡Aquí está el don enviado al Santísimo por Fulano de Tal!" Un misterio supremo permanece oculto en la bendición: "¡Bendito seas Tú, oh Señor, nuestro Elohim!" Puesto que designa la Fuente Suprema, que da luz a todos los mundos la Fuente cuyas aguas nunca cesan de fluir.
En esta Fuente empieza lo que nosotros llamamos el mundo futuro, y de este lugar fluyen bendiciones abajo, a todas las regiones inferiores.
Durante su unión con el Ser Supremo, los mundos sienten un gozo perfecto y supremo, los espíritus imperfectos se vuelven perfectos, los espíritus hasta entonces privados de luz esparcen una gran brillantez. Y esta unión es efectuada por la oración del hombre. El que sabe cómo aproximarse a su Hacedor y efectuar esta unión será feliz en este mundo y en el otro.
Los que desean atraerse el Espíritu de todos los Espíritus, el Alma de todas las Almas: los que desean que sus oraciones lleguen directamente ante el Ser Supremo, doblarán su rodilla en adoración y se postrarán con sus brazos extendidos y la cara tocando a la tierra.
Y el que sabe efectuar esta sagrada unión, por medio de la fuerza de su oración, es capaz de aminorar o aún anular el castigo pronunciado contra el hombre, pues entonces el duro decreto pronunciado contra el mundo cesa automáticamente de tener efecto. Pues hasta el humo del sacrificio en los días antiguos subía al cielo acompañado del canto de himnos de los Levitas, así se hace la elevación de los espíritus de un lugar a otro, en el momento en que el hombre dirige sus oraciones a la Suprema Luz.
Entonces, todos los espíritus, las pequeñas luces, son absorbidos en la Gran Luz y regados con las bendiciones que fluyen eternamente del Santo de los Santos, ¡lo mismo que las aguas brotan de una fuente imperecedera!
En el Séptimo Palacio reside el Misterio de los Misterios: Quien está por encima de toda comprensión y todo cálculo.
Allí reside la Voluntad Eterna, que rige todos los mundos, que tan sólo puede ser percibida por medio de actos que la obedecen. En el momento de la Unión Suprema, todas las formas y todas las imágenes existen tan sólo para permitir que la concepción del Pensamiento Supremo aparezca en toda su pureza. En el Pensamiento Supremo permanece la Voluntad.
Así que el hombre, por medio de la oración, que lleva a la unión, atrae la Suprema Voluntad abajo, a la tierra.
Y un hombre que por medio del poder de su oración, puede llevar a efecto la Unión Suprema, atrae abajo la Suprema Voluntad y ayuda a todas las criaturas a calentarse en la misericordia y amabilidad amorosa del Hacedor. El Cual obra en obediencia al requerimiento de aquel que ora, y tal hombre es amado y temido por todas las criaturas.